El teatro no te dice “faltan 10 minutos para omitir anuncio”
O "estoy pasando momentos complejos".
La imagen es:
Una madre entra al supermercado y scrollea los requerimientos nutricionales para su dieta, mientras el hijo de 15, viendo la Kings League en Youtube, mete al carrito una camiseta del equipo de futbol de influencers en turno. La bebé, por su parte, llora porque vio un peluche de Cocomelon que terminaron comprando. Horas y horas de atención distribuida por todas partes. Incluso en las tareas más rutinarias como lavar platos, parece que necesitamos algo de fondo porque enfrentarnos al abismo es mirarnos a nosotros mismos.
Ahora olvida todo.
Te quitan cualquier comunicación tecnológica con el exterior y te sientan junto a un montón de gente rara para prestar atención, durante horas, a unas personas que no conoces y que encima cree ser otra gente. Es un momento de atención absoluta, literalmente le robas a las personas tiempo de su vida. Pero luego llegan a casa, se va la luz y sientes que te espían, que te necesitan en todas partes o que la ansiedad por tener el celular te lame el sudor como una rata fluorescente.
En cambio, el teatro, desde su trinchera, pide todo lo contrario:
Silencio.
Abismo.
Oscuro.
Aquí seré romántico, pedante e ingenuo con la cita:
“Si miras largo tiempo al abismo, el abismo también te mira a ti”
Friedrich Nietzsche
Pero tiene sentido cuando el teatro te impide aguantarte el impulso inmediato de dopamina.
Y cuando todo se apaga.
Sientes que te siguen.
Que te espían.
Que te lamen el sudor como ratas fluorescentes.
Porque las redes sociales son un monstruo goloso e imbécil al que no podrías importarle menos. Te filmas mientras lloras por una causa social y te filmas mientras bailas por 2 likes. Tenemos todo el espectro y el mundo nunca había sido tan feliz.
Y nosotros: Los teatreros, jugamos a la tribu, al grupo, al fuego.
El actor en carne viva que se quiebra sin filtro.
Un chatbot en carne y esqueleto. Sólo que no obedece y tiende al silencio al abismo, al oscuro.
Pero TikTok siempre gana.
Hace años que perdimos el lenguaje del mercado y rezamos para que el público, en un acto de nobleza y un poco de pedantería, se acerque a comprar nuestros boletos.
Hemos perdido el lenguaje del mercado.
Hablamos como si el público fuera a venir por nobleza.
Como si decir “presencial” fuera una victoria.
No lo es.
Es una trinchera sin municiones.
Y eso que sólo hay un arte al que no puedes sólo darle like o escanear o compartir.
El teatro reclama presencia y nadie quiere estar aquí.
Nos convertimos en resistencia por falta de estrategia.
El viejo teatro no es rebelde por esencia. Es rebelde por abandono. Por negligencia. Por romanticismo barato.
Nos gusta creernos los últimos. La especie en extinción. ¡Miren cómo sufrimos en nuestras salas vacías! ¿Y qué hacemos? Improvisamos un flyer en Canva y decimos: “Corran, quedan tres lugares”. Mentira. No ha venido nadie. Pero lo publicamos como si vendiéramos droga mágica.
No sabemos vender porque creemos que vender es traicionar.
Pero Burroughs vendía. Lo hacía desde el submundo. Desde la página envenenada. Y el teatro debe hacer lo mismo. Venderse como virus, no como vícti
La ironía es esta: el arte más inmersivo, más real, más impredecible, más humano. Es también el menos visible.
No es la tecnología quien nos aplasta. Somos nosotros quienes no sabemos colarnos en sus circuitos.
Apaga el celular. Entra a escena. Quema la cuarta pared.
Pero antes…
…graba el incendio y súbelo a reels.